Los cuidados son fundamentales para sostener la vida y la salud, imprescindibles para la sostenibilidad de nuestra sociedad y del mundo. Sin los cuidados sería imposible mantener este sistema económico y social. Pero a pesar de ser fundamentales, históricamente este tipo de trabajos han sido invisibilizados y se han atribuido principalmente a las mujeres.
El sistema capitalista y patriarcal se sostiene gracias al trabajo de cuidados que realizamos de manera gratuita, sin reconocimiento ni amparo legal. Pero, ¿a qué nos referimos cuando hablamos de cuidados? Son todas aquellas tareas que van encaminadas a satisfacer las necesidades físicas, psicológicas y fisiológicas de las personas, como dar de comer, vestirse y lavarse, realizar el seguimiento de medicamentos y enfermedades, acompañar en los desplazamientos a la escuela, educar… Así como otras tareas previas necesarias para poder llevarlas a cabo, tales como comprar y cocinar la comida, lavar la ropa, limpiar la casa, proporcionar apoyo emocional… Por tanto, engloba los cuidados que necesita una persona dependiente pero también los trabajos que se realizan en casa.
No es casualidad que la división sexual del trabajo que hace el sistema patriarcal y capitalista haya atribuido a las mujeres este tipo de cuidados, cuidados que se desarrollan en el ámbito privado doméstico. Según la Encuesta de Presupuestos Temporales de la CAV, las mujeres realizan cerca del 70% de las tareas domésticas y de cuidados. Los hombres, en caso de implicarse, lo hacen sobre todo en el cuidado lúdico. La sociedad heteronormativa en la que vivimos nos educa y coloca a las mujeres desde pequeñas en los trabajos de cuidado; además relaciona los cuidados con la sensibilidad que se nos atribuye a las mujeres y ello ha infravalorado los mismos dotándolos de una remuneración económica irrisoria.
Cuidar a los y las demás es una responsabilidad, que a su vez genera un vínculo. Pero asociar el cuidado directamente con los vínculos afectivos es un castigo para las mujeres, que nos lleva a sentirnos mal cuando no queremos cuidar por el motivo que sea. El cuidado no tiene por qué ser un acto de amor.
Todo lo contrario; los cuidados son fundamentales pero al estar infravalorados, las labores de cuidado son, en la mayoría de los casos, vías de explotación que conducen a la precariedad. Prueba de ello son los datos de la Seguridad Social, los cuales reflejan que en 2023 el 84,6% de las excedencias por cuidado de menores o familiares han sido solicitadas por mujeres y también son las mujeres las que en mayor medida reducen su jornada en nombre de la conciliación. Es decir, son las mujeres las que se empobrecen, las que “optan” por aceptar una pérdida de sueldo. Y esto afecta directamente a la dependencia hacia la pareja, a la relación de poder que se va fraguando, a la construcción de privilegios y en un futuro al derecho a la jubilación.
Qué decir sobre la dramática realidad que encontramos cuando externalizamos las labores de cuidado. Las mujeres que trabajan de manera salariada en los cuidados (mayoritariamente migradas y racializadas) son precisamente las que tienen las condiciones laborales más precarias, las que no tienen un convenio laboral digno, mujeres que trabajan muchas veces de forma irregular y sin ningún tipo de protección laboral.
Las Administraciones públicas son las responsables tanto del servicio de residencias de personas mayores como de los servicios de cuidado de personas en situación de dependencia, pero las prestaciones existentes son insuficientes y sistemáticamente delegan el servicio en empresas privadas. En la CAV, el 91% de las residencias de personas mayores son de titularidad privada y en Navarra de las 71 residencias existentes sólo dos son públicas. El Servicio de Ayuda a Domicilio no satisface situaciones de dependencia severas y el copago que hay que realizar en los centros de día y residencias es insostenible para la economía familiar. Los cuidados se han convertido en el negocio de unos pocos.
Aunque los medios legales para la conciliación y el cuidado de las personas en situación de dependencia han facilitado la vida de algunas mujeres, estos no son nada transformadores. No solucionan la problemática de los cuidados, la conciliación no se resuelve con subvenciones. Necesitamos más servicios dignos, públicos y universales; una red pública que responda a la realidad. Para ello es imprescindible que las Administraciones cumplan con su responsabilidad, poner la vida en el centro de las políticas y los planes económicos para que la vida sea realmente habitable. Es de vital importancia mejorar urgentemente las condiciones laborales y de vida de las trabajadoras del sector, a la vez que hay que repensar y revolucionar la cultura de los cuidados. Debemos cuestionar el modelo heteropatriarcal que se nos ha impuesto en torno al cuidado; modelo que romantiza los cuidados y los sitúa en el seno de la familia.
Empecemos a decir que no. Plantémonos para que de una vez por todas se pongan en valor los cuidados y las tareas domésticas, para que la Administración se haga cargo de ellos y para que, entre todas, hagamos un reparto justo de los cuidados.
¡Sé rebelde! ¡Rebélate!
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