Últimamente, lo único que nos trasladan este sistema capitalista y los gobiernos que lo sustentan es incertidumbre e inseguridad. Su único objetivo es el de generalizar el desánimo y desesperanza entre la ciudadanía. Nos tratan de convencer de que no hay nada que hacer, de que estamos en manos de otros y lejos de asumir sus responsabilidades, siempre ponen algún pretexto. La COVID, la guerra de Ucrania, la crisis energética, la inflación… Excusas que utilizan como si todo ello surgiera de la nada, como si fueran situaciones inevitables en las que no tuvieran ninguna responsabilidad.

Por mucho que intenten ocultar la realidad, sabemos que sí hay responsables y sabemos quiénes son. Son quienes acumulan la riqueza y quienes lo permiten. Son quienes expolian los recursos naturales del planeta, explotándolos como si fueran infinitos, provocando guerras, migraciones forzadas, hambre y miseria entre quienes menos recursos económicos tienen.

Los mismos que se apoyan y fomentan un sistema heteropatriarcal hegemónico para que, mediante la división sexual de los trabajos, las mujeres sigan ocupándose de los cuidados de manera precaria o “por amor”, porque el capitalismo sabe bien que, sin cuidados la vida no es posible.

Son la misma gente que no duda en explotarnos, igual que lo hacen con el medio ambiente, tratándonos como un número más en sus cuentas de resultados, sin que tan siquiera les importe, incluso, que nos juguemos la vida en el trabajo y la perdamos. Menos aún les preocupa que suframos multitud de trastornos psicológicos y físicos ante su afán de explotarnos más y más para aumentar sus beneficios.

Atacan sistemáticamente a quienes luchan día a día por el reparto de la riqueza y por un mundo mejor para el conjunto de la clase trabajadora, ensañándose con los servicios públicos que garantizan una vida digna para todas las personas. Los mismos que anteponen sus intereses de económicos a las necesidades sociales.

A esta gente el único gasto público que le interesa es aquel por el que puedan beneficiarse de manera privada. Exigen que paguemos sus guerras y el armamento que venden para matarnos, presionan para privatizarlo todo y llenarse los bolsillos con ello y cuando las cosas no les van tan bien como piensan, no dudan en tirar de los fondos públicos para que respondan por sus decisiones, ya sean financieras o de cualquier otro tipo.

Su insaciable avaricia necesita de nuestra desesperanza, y en este tiempo que nos toca vivir, ESK y STEILAS tenemos claro que no podemos permanecer impasibles. La clase trabajadora tenemos que tener claro que luchar por un futuro mejor, como siempre hemos hecho, merece la pena. La avaricia rompe el saco y es hora ya de pararle los pies a estos depredadores.